domingo, febrero 21

El lector

Cierto día, tan insignificante como cualquier otro, tuve la suerte de encontrar a José K... Me extrañó sobremanera poder verlo caminando allí, por el mismo lugar en el que yo me desplazaba; pero más me desconcertó el poder reconocerlo, ya que yo no detentaba ninguna descripción física, ni fotos. Recordé que en cierta ocasión, cuando leía su biografía, yo afirmé sin dudar que las heridas que sufrió habían sido mortales, pero lo olvidé de forma instantánea. Se movía lentamente, dolorosamente inclinado hacia adelante –parecía sentir aún el dolor en el pecho -, mientras miraba oblicuamente el suelo. Volvió a pasar por mi cabeza su vida entera, su calvario, su proceso. Evocando un pasaje de la obra pude imaginarme su rostro enfurecido y la actitud cortante e implacable que tomaba cuando alguna situación lo irritaba. Su imagen gris aún reflejaba algo de esos modales, pero de una forma que dejaba ver que eran mucho más pasivos y menos frecuentes.
Temiendo que él no se percatara de mi presencia, fui en su búsqueda. No despegó su vista del suelo en todo el trayecto que recorrí hasta estar a menos de un cuarto de metro de distancia; ni siquiera en ese momento se asustó o advirtió mi figura: tuve que estirar mi brazo y agitar su cuerpo para interrumpir su marcha.

- Q-q-qué... sí? –respondió.
- ¡Es una verdadera sorpresa encontrarlo! Estoy leyendo su...
- …
- Me gustaría conversar con usted –continué- ¿Puedo invitarlo con un café?
No contestó, pero yo ya había hecho un ademán para que me acompañara, que él no resistió.

Cuando nos sentamos me tomé unos segundos en observarlo. Mientras acomodaba su silla miraba nervioso para todos lados, como si evitara mi escrutinio. Luego sí, ya resuelto, dirigió la vista hacia mí y dijo, mientras cruzaba sus dedos y apoyaba los codos en la mesa, intimidante:
- ¿De qué vamos a hablar?
- Como le dije, estoy leyendo su biografía y me parecía muy interesante la manera en que el biógrafo interpreta su vida, semejante a un-
- ¡¿Interpreta mi vida?! –relampagueó K…- ¡¿Qué está diciendo?!
- Semejante a un proceso...
- No, no sé realmente de qué me está hablando –dijo, componiéndose.
- ¿Nada sabe de su biografía, de su realizador? ¿No le hicieron entrevistas?
K…no me miraba, y parecía estar decidido a no continuar la charla. Poco entendí esta actitud, pero menos entendí que se haya quedado allí conmigo. También yo quedé en silencio, a pesar de tener infinidad de inquietudes y preguntas respecto a su vida. Al cabo de pocos minutos se volvió hacia mí, como para retomar la conversación, y cuando comenzó a hablar lo noté ciertamente avergonzado.
- Me estaba comentando...algo de la biografía...¿no es así? –dijo K.
- Sí, precisamente, pero usted parece saber menos que nadie de ello.
- Puede que sea así, pues no estuve lo suficientemente distendido como para ocuparme de eso. Es cierto, tuve algunas entrevistas, pero fue una época muy... ya ni sé lo que pasaba.
Percibí en él tal preocupación o tristeza que no tuve valor para hablarle en ese momento. Decidí aguardar algunos segundos, y de paso, ordenar las preguntas en mi cabeza, que a esa altura ya me desbordaban.
- ¿Qué recuerda de esas entrevistas? –lancé.
Me arrepentí de haber hecho una pregunta tan inocente.
- Disculpe, ¿usted es periodista?
- No, pero... acompáñeme –le dije, mientras lo ayudaba a incorporarse.
Lo asistí para bajar una escalera tomándolo del brazo, y comenzamos a caminar en silencio.


El cielo estaba pintado de un gris neutro. El letargo de sus pasos hacía que me costase adaptar mi marcha a su ritmo, debiendo reducir mi paso frecuentemente, para no abandonarlo, algo que, por otro lado, parecía haber hecho consigo mismo hacía tiempo. Al pasar por una capilla ofrecí dinero a un mendigo que hacía que masticaba algo. K... parecía absorto de todo lo que sucedía alrededor, como si aún su cabeza estuviera colmada con aquél proceso. Lo conduje con gestos hasta que nos sentamos al aire libre en un banco, al frente de una calle desierta. Me miró a los ojos –un gesto que sin duda me reconfortó- y se quitó el abrigo. Había salido el sol.
- No trabajo más en el banco –exclamó- . Me jubilaron.
Noté su tórax comprimido al hablar. Quien lo hubiera visto de lejos lo hubiese notado relajado como un anciano esperando el final, pero lo cierto es que podía comprobarse a poca distancia su respiración entrecortada, movimientos compulsivos, la angustia trazada en su cara. Dejé de lado la piedad y comencé a interrogarlo.
- ¿Pensó alguna vez por qué el autor de su biografía utilizó los recursos que utilizó para retratarlo?
- No entiendo.
- Señor K..., su biografía está ficcionada y a mí me gustaría saber en qué cosas se basó para escribirla.
- Yo no sabía eso.
- ¿Nunca leyó su propia biografía?
- Yo no tenía tiempo para leer –sentenció.
Al terminar de oírlo me encontré ciertamente desorientado, aunque lentamente comenzaba a sospechar algunas cosas; por ejemplo, en el capítulo uno, K... aparece despistado y aturdido, tal como se lo ve hoy. Con esto deduje, al menos tentativamente (y considerando lo significativo de la posición de aquél capítulo dentro de la totalidad del libro), que aquellos sentimientos deben de haber signado gran parte de la vida de este anciano. Así, resolví encarar en esta dirección. Pregunté vehementemente:
- ¿Por qué se encuentra tan angustiado? ¿Qué la ha sucedido? ¿Qué le hicieron?
Lógicamente no respondió al instante, como hubiera ocurrido si la pregunta hubiese sido “¿Vio qué lindo está el cielo hoy?”, pero dejando de lado esto, noté algo positivo en su actitud y era que se había puesto a pensar en sí mismo y en su historia, aunque no estuve muy seguro de ello hasta un tiempo después, en el cual ya estábamos caminando nuevamente, esta vez por una orilla donde había pescadores. Mirando la costa de enfrente –los ojos entrecerrados por el sol- comenzó a hablar.
- Mi padre era abogado; no muy prestigioso, pero, según recuerdo, nunca le faltó trabajo. Siempre insistió en que yo siguiera su camino, es decir, que estudie derecho, y todo eso fue verdaderamente un martirio, tanto la insistencia como la retórica con la que se dirigía hacia mí.
- ¡Bueno –suspiré aliviado-, eso me aclara un poco más el panorama!
K... actuó como si no hubiera entendido –seguramente era así- , o como si no quisiera enterarse de lo que acababa de decirle. De todas maneras, notando su desgarrado estado de salud, cualquier sorpresa que sus posturas contradictorias causase en mí comenzó a ser natural, hasta desaparecer.
- Pero lo peor –continuó K...- realmente comenzó cuando al fin hube de recibirme.
- ¿Y cuándo sucedió?
- Alrededor de mis treinta años. Recuerdo que fue no muy lejos de la fecha de mi cumpleaños.
- ¡Mucho mejor! –le grité en la cara.
K... me respondió con una severa mirada, que sin embargo tenía más de reflexión que de otra cosa. Luego volvió la cabeza hacia la costa de enfrente y siguió pensando sin caminar.
- Señor K..., el día de su cumpleaños es el día mismo en que comienza su proceso.
- ¿Qué proceso? –preguntó K... desconcertado- . Yo nunca tuve un proceso, no estuve preso y jamás enfrenté a la ley.
- Sin embargo tuvo problemas con su padre –exclamé-. Así es que el autor se las ingenió para representar ese conflicto, por ejemplo, cuando lo sumerge en un eterno ir y venir dentro de la insoportable telaraña judicial; es claro que la contienda es con la ley, con su padre.
El no contestaba.
- La lucha con sus superiores y con todo aquél que represente la ley es siempre férrea y encarnizada, mas los encuentros con las mujeres, furtivos y solapados. ¿Se imagina por qué?
En este momento pensé que sería mucho mejor regalarle el libro a K... e irme de allí, pero no podía desperdiciar una oportunidad como esta; no siempre tenemos la posibilidad de encontrarnos cara a cara con el protagonista de nuestra novela favorita.
- Además aparecen constantemente imágenes de manos femeninas –continué.
- Manos femeninas... –exclamó pensativo K...- . No, no sé, pero me sorprende. A propósito, ¿lleva usted encima en este momento el libro, biografía, como quiera que sea?
Esto me pareció sorprendente, aunque más por él que por mí; era una pista que permitía comprender que iba en un camino de reconstrucción de su historia personal. Siempre imaginé que el mundo exterior le era insoportable, que no tenía forma de canalizar la imposibilidad de encontrar en su conciencia un espacio sano y que estaba fuera de sí la mayor parte del tiempo. Y creo que por confundir el acto de formar un criterio sobre una obra, con la posibilidad de que la misma obra aparezca como un hecho real, siempre fantaseé con convertirme en su mentor –resolver sus problemas, curarlo- porque creo que solo los que entienden pueden ejecutar esa tarea. La fantasía hoy no es tal.
- No –mentí.
Pareció no importarle mucho y miró hacia el río. Yo sabía que estaba interesado en más. Estaba como nunca lo habían representado en la novela. Quizás me hable más de su madre, pensé; debería hacerlo. Mientras caminamos lanzó varias frases que fueron recomponiendo sutilmente diversas cadenas de sucesos de su infancia, y también de otros tiempos. Casi no hablé durante horas. La corriente había cambiado fuertemente de dirección por el viento, que también pegaba en la cara y hubiera volado sombreros. El movimiento del agua nos regalaba la ilusión de caminar muy rápido, mientras me llegaban anécdotas, chistes, gritos, y al final, una iluminada sonrisa, luego del cálido abrazo que selló nuestra despedida.

Si lo hubiera visto así al principio todo sería muy distinto. Casi no creo que yo pudiera haber influido en él de manera que hablara abiertamente de todos los temas. Oí conclusiones que causaban escalofríos. Hasta a mí, que creía conocer de memoria todos los pliegues de la historia de su proceso y me jactaba de ser el único que podía ayudarlo. Porque sólo el aguzado lector, el ingenioso, que sabe vivir como sus personajes, sabrá socorrerlos, cuando aquellos caigan, debido a fuerzas misteriosas, en azarosos infortunios, lejos de la imaginación del autor.