viernes, agosto 21

La cuarta crisis

Faltan treinta y cinco días para los veintiocho. Pero ¿qué son un puñado de días comparado con las bombas de adrenalina que golpean desde adentro? Pienso. No pienso. Me creo importante por estar atento al presente. Treinta y cinco días. ¿Qué son? Son hoy, todos los días. Toda una vida es hoy, todos los hoy. Una vida adrenalínica infinita. ¿Será un indicio? ¿De un cambio? ¿Será matar al Rengo, cobrar muy buena guita y zafar al fin de lo insoportable/soportable? Soy místico pero no creo en los milagros. Entonces ¿de qué cambio hablo? ¿Qué majestuoso cambio pretendo perpretar? Si todos los días son uno, ¿todos los días un cambio? Qué pesado. Qué trabajo. Estoy empezando a creer que soy débil. Qué vergüenza. Ahora, en el asiento del acompañante, este Carlitos que parece fantasmal, esa clase de tipos que parece que no piensa, que le da para adelante. No soy como él. Y cada día, cada uno de los días que somos -treinta y cinco días/noches, infinitos días/noches- es diferente, dolorosamente diferente.
(continúa)

jueves, agosto 20

Recuerdo muy bien. En la esquina de Corrientes y Esmeralda era que
estaba aquel tipo. La muchedumbre circulaba a ese ritmo tan
típicamente citadino, como por olas, como impulsada por un corazón que
late, que late escondido en algún recóndito subsuelo de la ciudad.
Quizás sea el mismo corazón que impulsa con regularidad los subtes,
uno cada 5 minutos, los semáforos, verde, amarillo, rojo, verde, y
esos carteles de neón de las farmacias que repiten el mismo patrón una
y otra vez ad infinitum. Ejecutivos, colegialas, obreros, gente de
ocupación indiscernible, avanzaban, lo evitaban, lo rodeaban y lo
dejaban detrás sin prestarle atención. Como si fuera una piedra en el
cauce de un arroyo, un coágulo en una arteria. Fue antes del mediodía
cuando noté por primera vez que estaba ahí, con los pies inmóviles.
Quién sabe hace cuanto tiempo que estaba así. Bien podría haber sido
parte del mobiliario urbano, instalado oficiosamente ahí por unos
operarios de overol azul, los pies enterrados en el concreto desde
hace años, alimentado por alguna sonda invisible, como un cable de
electricidad alimenta a un poste de luz. Es extraño que la razón por
la que se destacaba, o al menos por la que se destacaba para mi, era
que permaneciera quieto. Por lo demás, el tipo no tenía nada de
especial, de mediana edad, ni alto ni gordo, ni flaco ni bajo, vestía
un sobrio pantalón negro, camisa blanca, sin sombrero, sin corbata.
Perdí pronto el interés, me acostumbré a verlo y dejé de notarlo.
Luego del almuerzo tuve que esforzarme para distinguirlo entre la
gente, tuve que ¨querer¨ verlo. Tanto uno se acostumbra a la vista de
algo que siempre está en el mismo lugar como a los sonidos de fondo,
como a esos olores persistentes que nos envuelven. Gracias a la
naturaleza que nos dotó con esa capacidad de ingorar lo habitual.
Desdichadas las personas que tienen la deficiencia de no poder
hacerlo, condenadas a escuchar, a oler, a ver lo que está ahí todo el
tiempo, el sonido de un taladro, la publicidad en la televisión, la
mugre, olores de origen indefinido. Esas personas terminan por
volverse locas, abrumadas por la acumulación de estímulos que no son
capaces de asimilar. Dejé la oficina entre reflexiones, pensando qué
cenaría, si pasaría a comprar pan o si recalentaría los restos del de
ayer, qué haría ese fin de semana, si llamaría a Laura esa noche o no.
Debí forzosamente pasar por delante del tipo sin verlo, si aún estaba
allí. El hecho es que a la mañana siguiente sí estaba en el mismo
lugar. Lo recuerdo porque ese día llegué particularmente temprano y la
gente aún no invadía la calle. Era aún posible, por simple
enumeración, detenerse a ver por la ventana de la oficina todas y cada
una de las personas que pasaban por la esquina de Corrientes y
Esmeralda en ese momento, si uno hubiese tenido la paciencia de
hacerlo. ¿Habría pasado la noche parado ahí? Imposible saberlo. Tal vez
podría preguntárselo yo mismo, preguntarle por qué razón permanecía
ahí, si era que esperaba a alguien o algo, si era ese su trabajo. Lo
haría, decidí que le preguntaría, si cuando saliese todavía continuaba
ahí. Pero lo olvidé, esa noche salí apurado porque el tiempo se me
había pasado y llegaba tarde a mi cita con Laura, una vez más pasé a
centímetros del hombre sin darme cuenta. Me odié por eso, porque era
viernes y no tendría una nueva oportunidad de develar el misterio
hasta el lunes. Pero ¿qué clase de loco pasaría el fin de semana parado
en una esquina? Se iría para siempre y nunca sabría por qué razón
había estado todo ese tiempo en ese lugar. Pensé en ir a verle el
sábado, tal vez si me despertaba antes que Laura, podría escabullirme
entre las sábanas y escapar, tomar el subte hasta la oficina y hacerle
la pregunta de una vez por todas. Luego volver a casa de Laura,
meterme en la cama y hacer como si nada hubiese pasado. Pero esa noche
dormí profundamente, Laura me despertó con el desayuno en la cama. La
odié y lo disimulé lo mejor que pude. El lunes siguiente estaba
decidido, pasaría por la esquina del tipo aunque no tuviese que
hacerlo realmente, me desviaría las dos cuadras solamente para
terminar con esta historia. Cuando llegué al lugar el tipo ya no
estaba. En su lugar, dos operarios vestidos con riguroso overol azul
colocaban un parquímeto. El parquímetro reemplazaría al hombre, lo
relevaría de su puesto, fuese el que fuese. Me imaginé al hombre,
tieso, entre escombros en algún depósito municipal, el cuerpo frío,
sin ya razón de ser.

S.

jueves, agosto 6

La cuarta crisis

Hoy rutina. Rutina. Palabra fea. ¿Pero es feo el incondicional cuidado por un otro ser? Estuve adaptando mis horarios, mi ritmo vital, mi sueño, mi alimentación, por mantener incólume, enhiesto, el firme deber que la experiencia ha impuesto en mí. En mi libretita, anotando días, horarios, Sol, luz artificial, etc. Hoy conexión, siempre conexión. Conexión para publicar esto, lector. Y otra Conexión también. Que es el trabajo diario. Rutina. “Si la rutina es eso, Bienvenida”. Yo trabajo para hoy. Siempre trabajo, siempre, para hoy. Carlitos limpia la 45. Limpia las balas, Carlitos. Las balas de la 45 limpia. Y la 45. Para hoy. Para matar al rengo Batres.
Dicen que soy místico. Lo dicen por ahí, algunos yegüos. Es el firme deber, digo yo. Yo ya aprendí mucho. Creo. Siento confianza y produzco. Es poco tiempo de vida para aprender, es verdad. Pero eso lo dicen algunos fracasados o mediocres. ¿Pero cómo explicar entonces esta muerte que estoy sintiendo en el pecho? Veintiocho años. Sé que no soy impecable. Por eso soy imperdonable. Siete por cuatro. La cuarta crisis.
-¡Rengo!
Taller mecánico.
-¡¡¡Rengooo!!!
Con Marsupiale, que gritaba, estaba Flavio. Marsupiale empieza a pegarle a la chapa de uno de los autos. El último puñetazo le duele. El Rengo aparece en la puerta. Sumamente enojado.
-Pegale una mirada, no sé qué mierda le pasa.
El Rengo, inmóvil. Una sola pierna tenía, una sola, pero al Rengo no te le acercabas ni a medio metro, así de fiero era.
-¡Para mañana, Rengo!
-Estoy lleno de trabajo- contestó el Rengo.
-¡La puta que te parió! ¡Para mañana!
Marsupiale lo apuntaba con el dedo, parecía que se le salía. Otro al que no te le acercabas ni por puta. Se fue con Flavio.
Desde el auto de enfrente, donde estábamos con Carlitos, lo vi al Rengo. Lo miré. Compasión de mierda que sentí. Es la cuarta crisis, pensé.

miércoles, agosto 5

"El dinero habla" FINAL

El “capo mafia”, dando cuenta de su majestuosidad, se dirigió a los de la mesa. “El dinero habla, señores. Esa es la única verdad. Este hombre se lo quería llevar de nuestros bolsillos. No podíamos permitirlo. De hecho, podemos no permitirlo nunca, pero a veces el honor nos impide actuar de esa manera. Pero este hombre, señores, era un matón de mala muerte que se iba a llevar el dinero de nuestros bolsillos”.

martes, agosto 4

"El dinero habla" 16ª parte

El miedo lo vencía y hubiera querido poder escapar de aquél lugar. En ese instante, Roby notó el movimiento de uno de los hombres, sentado cerca de la punta opuesta de Sachia. También pudo oír un ruido metálico, pero la voz de Sachia lo distrajo. “Tengo una mala noticia”, decía, mientras caminaba por la sala, “no tenemos el dinero ahora”. Giró y quedó de frente a Roby. Lo miraba, con una mano en la barbilla y un gesto displicente. Estaba jugando con él y Roby lo sabía. Entonces fue cuando Sachia le hizo un leve gesto afirmativo a uno de los hombres de la mesa que estaba detrás de Roby. Era el que se había movido y el que había hecho el ruido metálico. Se escuchó a alguien cargando una pistola. Luego, un disparo. Roby cayó muerto sobre la lujosa alfombra y la sangre comenzaba a mancharla.

lunes, agosto 3

"El dinero habla" 15ª parte

“¡Señor Gobrich! ¡Es un gusto verlo nuevamente! ¿Cómo está usted?”. Sachia se levantó de la mesa y se notaba la falsedad en sus palabras y en sus gestos. Estaba, obviamente, sentado en la punta, debajo del inmenso retrato. Alrededor de la mesa estaban los secuaces de Sachia. Había rostros que realmente causaban estupor. Todos vestían impecables trajes negros. Algunos estaban distraídos. Otros observaban intensamente a Roby, como estudiándolo. Estos últimos fueron los responsables de los continuos escalofríos del protagonista, que, por cierto, no fueron pocos. Sachia se acercaba a Roby, pero éste no le quitaba los ojos de encima a los sujetos de la mesa que, con su profunda intimidación, lo molestaban. Sachia apoyó una mano en la espalda de Roby y extendió la otra. Roby respondió el saludo pero miraba temeroso a su alrededor. Sachia tenía una sonrisa dibujada en su rostro, y también miraba, cada tanto, a los hombres alrededor de la mesa. “¿Cómo le fue con el trabajo?”, interrogó el “capo mafia”, sonriendo aún. “Cumplí con lo que me pidió”, atinó a responder Roby, muy incómodo. “No nos habrá fallado, señor Gobrich, ¿no? Mire que no nos llevamos muy bien con la gente que no cumple con su palabra. ¿No es así, muchachos?”, vociferó Sachia, en tono burlón. Les hablaba a los de la mesa, desde donde seguían observando a Roby incesantemente. “Sólo vine a cobrar el dinero restante”, dijo, intentando tomar una actitud recia, pero no lo consiguió.