jueves, julio 30

"El dinero habla" 14ª parte

Cuando por fin ingresó a la habitación mayor (guiado por el otro hombre) se encontró con algo que hasta hace pocos instantes no se esperaba, pero que desde el momento en que encontró la realidad dio por hecho: una sala amplia, que crecía en la dirección de una gran mesa de madera tallada, sobre un lujoso tapiz; un escritorio, a la derecha de la mesa, con algunos papeles encima ocultando el brillo que despedía su madera lustrada, una vitrina de vidrio donde se alojaban las más finas y variadas copas junto a algunos adornos que se multiplicaban infinitamente gracias al espejo en el fondo y los costados de ésta, y que daba la sensación de ser el acceso a una habitación contigua. Sobre la cabecera de la mesa había un espejo de enormes dimensiones y sobre éste un cuadro que parecía ser de un antiguo integrante de la familia.

viernes, julio 24

"El dinero habla" 13ª parte

Cuando cruzaron la otra puerta dieron con un patio interior, algo así como un patio de invierno, en el cual relucían las llamas de un hogar, que era casi la única luz en el lugar. Roby tenía su último cigarrillo entre los labios. Sacó de su bolsillo el encendedor. El ruido metálico al abrir la tapa inundó el lugar tal manera que lo hizo estremecer. Encendió el cigarrillo. El otro hombre estaba parado al lado de él, vigilando sus movimientos.
El destino era la habitación mayor, donde se encontraban el jefe del clan y sus más apegados ayudantes. Este lugar estaba a pocos metros de donde estaban Roby y el grandote. Cuando estaba en la mitad del patio, la inseguridad se apoderó de Roby nuevamente; mejor dicho, se potenció, o quizás se tradujo a miedo. Se detuvo y observó su cigarrillo. Se arrepintió de haberlo encendido. Pensó que si ingresaba a la habitación mayor fumando lo podían tomar como una falta de respeto. Dio una pitada y resolvió apagarlo en un cenicero que estaba situado en la pequeña mesada sobre el hogar. Luego de hacerlo sintió caer muy bajo su autoestima, pero esta vez (distinta a la situación en que dudó entre tocar el timbre o no), no le importó. Realmente tenía temor. Estaba chocando con una realidad; mejor dicho, con la realidad, en la cual él no era tan importante como pensaba y se sentía íntimamente amenazado, no por algo tangible ni por algo de lo cual tenía la certeza de que existía, sino por algo que en ese momento permanecía tácito. Algo que tarde o temprano saldría a la luz.

martes, julio 21

"El dinero habla" 12ª parte

Se detuvo frente a la puerta de calle de la casa de quien lo había contratado. Era de madera y estaba abierta de par en par. Permitía avanzar hacia un zaguán que daba a otra puerta. Dudó en tocar el timbre. Se preguntó por qué no le irían a abrir en ese mismo momento si era a él a quien esperaban. Pero supuso (y así era en la realidad) que los otros no sabrían el instante exacto de su llegada. Finalmente se dignó a pulsar el botón, no sin experimentar algo así como que su persona perdía importancia. Atravesó el zaguán y se detuvo frente a la otra puerta. Acercando la cara ante el vidrio de ésta, y haciendo algún esfuerzo, porque del otro lado había una cortina, podía verse el interior. En el instante en que un hombre flanqueaba otra puerta interior y se dirigía hacia ésta para abrirle, Roby se despegó rápidamente del vidrio y giró mirando hacia la calle, para no dar la impresión de que estaba espiando a través de la puerta. Cuando la puerta se abrió, volvió a girar y tanteó sus bolsillos en busca del paquete de cigarrillos. En el umbral lo esperaba uno de esos “roperos” que tienen las personas importantes como guardaespaldas, sin la más mínima expresión en el rostro. Roby se acercó hasta él y el otro le dijo “Señor... adelante, por favor” e hizo un ademán para que ingrese. Cuando pasó cerca de él, Roby lo miró de arriba abajo, tratando de ocultar un sentimiento de inseguridad que bajo ningún punto de vista quería sacar a relucir.

lunes, julio 20

Día del amigo

Éramos diez. No, doce. Llegábamos desde distintos puntos del territorio, al centro, a bailar, porque, ¿sabés?, bailar cura.
Fueron varias danzas. Una de ellas quedó en mi memoria más que las otras. La música rebotaba alto, como un latido, arriba de las cabezas. Nos desplazábamos sutilmente, para alcanzar, sutilmente, las puntas de sus dedos con mis dedos.


Esto sucedió al muy poco tiempo y fue inesperado. Me desplazaba en bicicleta y vi a mi amigo de la infancia -a quien crucé más veces que lo normal en pocos días, y al contrario de sofocarme, generaba en mí bienestar- en la vereda, bastante adelante, hablando por teléfono. Nos sonreímos a la distancia. Como me pareció poco una sonrisa quise darle la mano, pero no podía detenerme. Entonces mantuve firme el manubrio con la mano izquierda mientras estiraba la derecha. Él percibió el gesto, puso su mano a mi disposición y yo la alcancé sin esfuerzo. Sutilmente.

viernes, julio 17

Belén 2

Ella sabía de antemano quién era yo. No sé por qué lo sabía; quizás me vio desde arriba. Se habrá dado cuenta de mi nerviosismo, pensé, porque siempre estoy nervioso en estas situaciones y me pongo paranoico y miro para todos lados. Mi encuentro con su amiga debía ser hace más de seis horas y esta era la segunda vez que tocaba el timbre. O tardó en atender esperando órdenes de mi chica, o yo me había equivocado de botón.
- ¿Está Estrella?
- Duerme Estrella...
- Ah...
Hubo un silencio, que si se hubiera prolongado demasiado hubiera sido catastrófico. Ella lo interrumpió.
- Pasá mañana –dijo rápidamente, sin preguntarme nada como las otras veces.
“Pasá mañana”. ¿Qué habrá querido significar? Fue una orden, sin duda, pero ¿debía volver, o no hacerlo más? ¿Decidió en lugar de su amiga? Ciertamente no. Entonces ella no dormía. Tuvo tiempo de especular sobre mi visita. Podría no haberme dicho nada, si es que no quería que vuelva, sin embargo me cargó con la obligación de regresar, ¿o me lo impuse yo mismo, sin más?
Saludé y me fui tranquilo: solo.

Belén

Ella sabía de antemano quién era yo. Estaba nervioso. Mi encuentro con su amiga debía ser hace más de seis horas y esta era la segunda vez que le tocaba el timbre.
- ¿Está Estrella?
- Duerme Estrella...
- Ah...
Hubo un silencio. Ella lo interrumpió.
- Pasá mañana –dijo rápidamente, sin preguntarme nada, como las otras veces.
Me fui tranquilo: solo.

sábado, julio 11

"El dinero habla" (por V. Chill.) - 11ª parte

De seguro era el funcionario; el papel con las indicaciones decía que vivía solo, pero por un momento Roby pensó haberse equivocado. No podía entender que esa persona les haya intentado clausurar el casino si a simple vista parecía el hombre más corrupto que había. Mediría un metro setenta, usaba lentes y vestía una especie de camisón rosa. Era bastante gordo y tenía la cara redonda. En su hombro se posaba un gato que espiaba con recelo a Roby. Con una sonrisa tonta estaba por preguntarle qué necesitaba, pero Roby no lo dejó. Le pegó una violenta patada a la puerta que hizo caer al piso al funcionario, y huir al gato. Ingresó en la vivienda y cerró la puerta tras de sí. El funcionario yacía en el piso, sentado, con los lentes torcidos y un vidrio roto, y la sangre brotándole de la nariz. Observaba a Roby con terror, intentando retroceder para escapar. Es probable que no haya quedado inconsciente por la propia conciencia de que tenía que salvar su vida. Todo era silencio. Todo era furia y miedo. Los siniestros suspiros de Roby vencían a los jadeos nerviosos del funcionario, y se apoderaban del lugar. El funcionario intentaba hablar pero solo le salía un tartamudeo quebrado. Todavía estaba en el piso y Roby lo miraba con odio y desprecio. El funcionario levantó el brazo derecho con el dedo índice en alto. Justo en ese instante Roby le propinó una violenta patada en la boca. El funcionario quedó de costado, tomándose la cara, pensando lo peor. Lo miró a la cara a Roby y le dijo, “Llévese lo que quiera, por favor, no me haga nada”, concluyó, al borde del llanto. Roby, gozando de una frialdad imponente, no se inmutó. “¿No se da cuenta de que lo busco a usted, imbécil?” Luego de la aclaración el funcionario quedó paralizado. Durante unos segundos se miraron en silencio. No respiraban. La mirada inquisitiva de Roby llegaba a lastimar al temeroso funcionario, que ahora más que nunca pensaba en el final, su final. Roby deslizó la mano hacia su vientre hasta encontrar el revólver. Lo tomó y lo apuntó al funcionario. Gatilló una vez. Otra vez. Y otra vez. Se acercó al cuerpo, que tenía dos orificios en el pecho y uno en el abdomen, y lo tocó con un pie para ver si estaba muerto. El funcionario no dio señales de vida. Roby observó por última vez el cuerpo, apuntó a la cabeza, y disparó. Salió de la casa del funcionario, después de cerrar la puerta, y paró en una cantina que no estaba muy lejos del lugar. Bebió unas cuantas copas. Luego regresó a su morada y durmió hasta el otro día.

jueves, julio 2

El pronóstico sobre la gripe A

Si se ven mis comentarios al principio sobre lo que podía sobrevenir a raíz de la gripe H1N1 se podría decir que me equivoqué. Que al final nos tocó a nosotros también, que no nos salvamos del aislamiento y los barbijos y el caos y la paranoia del encierro. Es cierto que lo oficial manda reclusión y siempre le conviene, pero me alegró caminar por la calle y viajar en colectivo sin, por ejemplo, ver barbijos. Iba yo algo pesimista y caí en la cuenta de que quizás yo me estaba creyendo, o mejor dicho, asintiendo a toda política oficial.

Apuntes desprejuiciados

La imagen de un cielo, recortada por la figura de una pava. El libro de lectura salvándose de rato a rato de alguna inoportuna chorreadura que quizás el codo, ahora autónomo, provocaría al chocar el mate.
Desprejuiciado cielo, desprejuiciado mate, desprejuiciada escritura.
Libro quieto.

06/08/08

27/08/08 (primera corrección)
11/09/08 (segunda)
02/07/09 (última)