sábado, julio 11

"El dinero habla" (por V. Chill.) - 11ª parte

De seguro era el funcionario; el papel con las indicaciones decía que vivía solo, pero por un momento Roby pensó haberse equivocado. No podía entender que esa persona les haya intentado clausurar el casino si a simple vista parecía el hombre más corrupto que había. Mediría un metro setenta, usaba lentes y vestía una especie de camisón rosa. Era bastante gordo y tenía la cara redonda. En su hombro se posaba un gato que espiaba con recelo a Roby. Con una sonrisa tonta estaba por preguntarle qué necesitaba, pero Roby no lo dejó. Le pegó una violenta patada a la puerta que hizo caer al piso al funcionario, y huir al gato. Ingresó en la vivienda y cerró la puerta tras de sí. El funcionario yacía en el piso, sentado, con los lentes torcidos y un vidrio roto, y la sangre brotándole de la nariz. Observaba a Roby con terror, intentando retroceder para escapar. Es probable que no haya quedado inconsciente por la propia conciencia de que tenía que salvar su vida. Todo era silencio. Todo era furia y miedo. Los siniestros suspiros de Roby vencían a los jadeos nerviosos del funcionario, y se apoderaban del lugar. El funcionario intentaba hablar pero solo le salía un tartamudeo quebrado. Todavía estaba en el piso y Roby lo miraba con odio y desprecio. El funcionario levantó el brazo derecho con el dedo índice en alto. Justo en ese instante Roby le propinó una violenta patada en la boca. El funcionario quedó de costado, tomándose la cara, pensando lo peor. Lo miró a la cara a Roby y le dijo, “Llévese lo que quiera, por favor, no me haga nada”, concluyó, al borde del llanto. Roby, gozando de una frialdad imponente, no se inmutó. “¿No se da cuenta de que lo busco a usted, imbécil?” Luego de la aclaración el funcionario quedó paralizado. Durante unos segundos se miraron en silencio. No respiraban. La mirada inquisitiva de Roby llegaba a lastimar al temeroso funcionario, que ahora más que nunca pensaba en el final, su final. Roby deslizó la mano hacia su vientre hasta encontrar el revólver. Lo tomó y lo apuntó al funcionario. Gatilló una vez. Otra vez. Y otra vez. Se acercó al cuerpo, que tenía dos orificios en el pecho y uno en el abdomen, y lo tocó con un pie para ver si estaba muerto. El funcionario no dio señales de vida. Roby observó por última vez el cuerpo, apuntó a la cabeza, y disparó. Salió de la casa del funcionario, después de cerrar la puerta, y paró en una cantina que no estaba muy lejos del lugar. Bebió unas cuantas copas. Luego regresó a su morada y durmió hasta el otro día.

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