lunes, julio 20

Día del amigo

Éramos diez. No, doce. Llegábamos desde distintos puntos del territorio, al centro, a bailar, porque, ¿sabés?, bailar cura.
Fueron varias danzas. Una de ellas quedó en mi memoria más que las otras. La música rebotaba alto, como un latido, arriba de las cabezas. Nos desplazábamos sutilmente, para alcanzar, sutilmente, las puntas de sus dedos con mis dedos.


Esto sucedió al muy poco tiempo y fue inesperado. Me desplazaba en bicicleta y vi a mi amigo de la infancia -a quien crucé más veces que lo normal en pocos días, y al contrario de sofocarme, generaba en mí bienestar- en la vereda, bastante adelante, hablando por teléfono. Nos sonreímos a la distancia. Como me pareció poco una sonrisa quise darle la mano, pero no podía detenerme. Entonces mantuve firme el manubrio con la mano izquierda mientras estiraba la derecha. Él percibió el gesto, puso su mano a mi disposición y yo la alcancé sin esfuerzo. Sutilmente.

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