miércoles, junio 17

La misión

El ruido del celofán y el papel metalizado comprimiéndose era el signo. Los cigarrillos se habían terminado. El paquete de Marlboro solía ser una especie de fuente de poder para el poseedor, pero ahora devolvía una imagen de nostalgia, como cuando se aleja algo o alguien muy querido. Junto al bulto abollado había unos pocos restos de tabaco, un encendedor azul, un cenicero de madera y escasas cenizas que no habían llegado a destino.
Antes de incorporarse se contuvo de hacer manualidades por enésima vez con el papel rojo y blanco del paquete. Recogió su campera, tomó las llaves y fue a llamar al ascensor. Pulsó PB. Se miró en el espejo, y aunque estaba bastante desarreglado, solo atinó a achatar un poco su cabello, pero no consiguió mejorar notablemente su aspecto. Un sacudón le avisó que había llegado. Salió del ascensor y se detuvo frente a la puerta que da a la calle unos segundos, como si pudiera adivinar la situación exterior, ya sea temperatura, sonidos, aromas, con sólo observar aquél ambiente. Resuelto, salió a la calle en busca del quiosco, su quiosco.
“Hola, un Marlboro...” –pidió con una voz ronca y metálica, señalando el dispensario de cigarrillos.
El vendedor dejó el paquete en el mostrador y él sacó el dinero, que obviamente no estaba justo. Era un billete chico. Luego de recibir el vuelto, y sin contarlo, salió del negocio. Comenzó a golpear el lado del atado donde se encuentran los filtros contra la palma de su mano, para que baje el tabaco. Abrió el celofán. Rompió el papel metalizado. Extrajo un cigarrillo y se lo llevó a la boca. Se tocó todos los bolsillos en busca de fuego y luego se frenó. Volvió sobre sus pasos. Ingresó nuevamente al quiosco. El vendedor estaba en el fondo del local. Con el cigarrillo en la mano señaló el encendedor disponible para los clientes, que siempre resulta difícil de encender, y el otro asintió. Volvió a llevarse el cigarrillo a la boca y lo prendió. Levantó el brazo saludando, pero el otro no lo vio.
Había dado una pitada profunda.
Cuando salió del quiosco largó el humo.
Misión cumplida.


Pablo Schvarztman, Rosario, 23 de Mayo de 1999

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